Se afirma que antes de la conquista española el Kharisiri era un ser maléfico invisible, causante por lo general de las enfermedades consuntivas, aprovechando del sueño de sus victimas, a las que con un pequeño corte, como queda dicha, les extraían la grasa. Después de la conquista, impresionados los andinos con ver degollar a los ajusticiados, y reducir el cadáver a cuartos, creían que el verdugo era un ser extraordinario, un malvado, representación del Kharisiri, que terminaba su sangrienta faena, andaba en las noches vestido con el hábito despojado al difunto y aún lleno de tierra y sangre, cubierta la cabeza de un capuchón, que sólo dejaba al descubierto su rostro pálido como la muerte y sombrío como la noche.
El Kharisiri llevaba en la mano tina campanilla, cuyo lúgubre sonido se escuchaba de rato en rato. Decían de él que se alimentaba de carne humana, prefiriendo devorar la de los niños que encontraba a su paso. Poco a poco y a medida que las ejecuciones en esa forma disminuyeron, la imaginación de los andinos fue confundiendo al verdugo con el fraile que acompañaba al condenado a la pena de muerte, hasta que el primero se volvió de su memoria y sólo el último quedó con el mote de Kharisiri.
Con el transcurrir de los años, probable es que la circunstancia de ver trajinar con alguna frecuencia a los frailes sólo y caminos silenciosos y desiertos, haya dado también lugar a la formación de esta leyenda con todos sus lúgubres contornos. Cuando el andino no ha visto ni se ha encontrado con este personaje de lúgubre fama y siente, sin embargo, dolor al vientre y se presenta en la parte exterior la terrible mancha roja, se cree que el vampiro se hizo invisible para mejor y más cómodamente extraerle la grasa, y el infeliz dominado por tal idea desconfía de los remedios, para luego encontrar la muerte.
El Kharisiri llevaba en la mano tina campanilla, cuyo lúgubre sonido se escuchaba de rato en rato. Decían de él que se alimentaba de carne humana, prefiriendo devorar la de los niños que encontraba a su paso. Poco a poco y a medida que las ejecuciones en esa forma disminuyeron, la imaginación de los andinos fue confundiendo al verdugo con el fraile que acompañaba al condenado a la pena de muerte, hasta que el primero se volvió de su memoria y sólo el último quedó con el mote de Kharisiri.
Con el transcurrir de los años, probable es que la circunstancia de ver trajinar con alguna frecuencia a los frailes sólo y caminos silenciosos y desiertos, haya dado también lugar a la formación de esta leyenda con todos sus lúgubres contornos. Cuando el andino no ha visto ni se ha encontrado con este personaje de lúgubre fama y siente, sin embargo, dolor al vientre y se presenta en la parte exterior la terrible mancha roja, se cree que el vampiro se hizo invisible para mejor y más cómodamente extraerle la grasa, y el infeliz dominado por tal idea desconfía de los remedios, para luego encontrar la muerte.
En la época de la colonia, el fraile simbolizó para el andino, de autor de la carestía y hambre en el sector rural, porque supone que en las grandes alforjas se lleva consigo, con el poder de la nigromancia que profesa, recoge cuantos víveres encuentra, dejando al pobre andino que por falta de ellos, muera por inedia con la barriga pegada al espinazo. En todas las minas de la región andina se consideró de mal agüero la presencia de un fraile, cuando uno o más de éstos se presentaban en el lugar, los mineros se turbaban, les invadía la pesadumbre, e inquietos y tristes, esperaban que de un momento a otro les sobrevenga alguna desgracia personal o algún accidente en la mina; temían que se pierda la yeta del metal que explotaban o se derrumbe y mate obreros o mueran de manera violenta uno o más de ellos.
En la década de 1930 en las minas que se explotaban en la región andina del departamento de Puno, los mineros se oponían a que se llevara un acto religioso, alegando que la presencia de un sacerdote les traía la mala suerte; porque los genios subterráneos, habitantes de las profundidades de los cerros, dueños y señores de las vetas, las ocultarían indignados por la profanación de que eran objeto, para que jamás las encuentren y a ellos les castigaría dándoles enfermedades.
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