“Será un vagabundo que viene a guarecerse de la tormenta y del frío”, pensó. Pero, pese a que ya no lo podía ver en el jardín, Nicolás sentía que aquel intruso aun estaba cerca, muy cerca, lo sentía dentro de la casa así que se aseguró de que todas las ventanas y puertas estuvieran bien cerradas y entonces, subió a su habitación. La puerta estaba cerrada, lo cual le resulto extraño ya que juraría que la última vez que salió la había dejado entreabierta. El miedo empezó a invadirle, el corazón le latía con fuerza y al poner su mano en la manilla para abrirla, notó que estaba temblando. Estaba aterrorizado. “Cálmate Nico, cálmate. No pasa nada, no hay nadie ahí dentro, no puede haber nadie, la puerta se cerró con la corriente” se decía. Pero la puerta no se podía abrir, alguien había echado el pestillo por dentro, lo cual era imposible a no ser que... En ese instante sonó su móvil. Lo había dejado dentro. Nicolás, presa del pánico, no entendía que estaba pasando y decidió que lo mejor sería avisar a la policía. Tal vez, el hombre del jardín había conseguido entrar a su habitación por el balcón. El teléfono no paraba de sonar. Cuando se disponía a bajar las escaleras, oyó claramente que alguien pulsaba el botón de su móvil para contestar. “¡Dios mío!”, pensó aterrorizado y una voz, que le sonó terriblemente familiar, le llegó a sus oídos: “Dígame. No, Nicolás no puede ponerse en estos momentos, no está en condiciones de...” No pudo escuchar más. Corrió escaleras abajo y salió a la calle a pedir auxilio. Pero, cómo explicar aquello, cómo explicar a algún vecino o a la policía semejante disparate. Y es que la voz que escuchó contestar a su móvil era la suya...
Alexis Romero Lozano.